No recuerdo
cuando empezó este viaje. Solo recuerdo
los pueblos de la campiña inglesa, uno tras otro, alejarse tras el cristal y
los nombres de sus pubs pétreos y silenciosos: la taberna, el arado, la vaca
roja.
Gary Dale al volante con su eterna sonrisa y su cháchara incesante. Más curvas y más cambios de rasante y cruzar el Tyne al atardecer con las luces tenues y plomizas de Newcastle al fondo. Aquella tarde mi madre cumplía 60 años . Llamé.
-“Mamá felicidades”, “mamá
te quiero”. Acerté a decir
mientras me desataba el nudo de mi garganta.Gary Dale al volante con su eterna sonrisa y su cháchara incesante. Más curvas y más cambios de rasante y cruzar el Tyne al atardecer con las luces tenues y plomizas de Newcastle al fondo. Aquella tarde mi madre cumplía 60 años . Llamé.
No recuerdo nada más. Gary me llevó al hotel y se despidió hasta la mañana siguiente . Sentado en la cama abrí el cajón de la mesita de noche. Había una Biblia. Si el hotel hubiera tenido un par de estrellas más, el servicio de atención al cliente habría dejado una parabellum.
Me quedé dormido. Cuando desperté estaba sentado en un tren.
Acababa de cruzar la frontera entre China y Hong Kong. Llovía.
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