martes, 1 de febrero de 2011

Más allá del Círculo Polar

Por fín lo había conseguido, tras horas de huida y de miradas esquivas en el viejo vagón, cruzaba el círculo polar. No era para tanto pero aquel momento sabía a victoria, la misma victoria que se le había negado en aquel país inhóspito y cruel. Los meses de aislamiento le habían salado el alma y ahora que cruzaba aquella frontera imaginaria e insignificante, la sal se convertía en dulce licor. Apenas había intercambiado dos palabras con los pocos pasajeros que ocupaban su vagón. Una pareja de ancianos sin rostro, un joven canadiense ataviado con todas sus pertenencias en una mochila North Face cuyo entusiasmo no solamente resultaba sospechoso sino molesto y una joven asiática sin edad y sin sonrisa.

Cualquiera pensaría que habían sido ellos los elegidos para un viaje sin retorno. El tren se detuvo unos metros al norte del paralelo 66. Formaba parte de la tradición inmortalizar el momento junto al camino de acero. La pareja de ancianos no lo hizo como si aquel ritual hubiera formado parte de sus vidas en tantas ocasiones que solamente desearan continuar su marcha a ninguna parte. El joven canadiense que se llamaba Paul, fue el primero en descender los 3 escalones que le separaban del otro lado y él que se había esforzado todo el trayecto en mostrar su indiferencia no pudo evitar contagiarse del entusiasmo de Paul al comprobar que ya nunca volvería a cruzar aquella línea tan invisible como maldita.

De repente, aquel pedazo de tierra se llenó de vida y de palabras en un idioma que desconocía. El flash de las cámaras y los cigarrillos que se vislumbraban en la oscuridad le resultaban familiares, sin embargo. Él no tenía cámara, todos sus recuerdos los almacenaba en la memoria para poco a poco desprenderse de ellos como hojas en otoño. Los cinco minutos de la parada los lleno recorriendo aquel pedazo de tierra seca oyendo sus propios pasos rompiéndose en la nieve. El frío cortaba. Se giró, alzó la mirada y por primera vez sus ojos se encontraron con la joven asiática que lo contemplaba a través del doble cristal. Aquella belleza fría no iba a desentonar nada en el paisaje que les esperaba, pensó para si mientras se apresuraba a subir los 3 escalones que le separaban del calor del vagón.