viernes, 8 de abril de 2011

¿Dónde está Ai Weiwei?

Si alguien creyó que la concesión del Nobel de la Paz a Liu Xiabo supondría un avance en la lucha por la democracia y por los derechos humanos en China, simplemente subestimaba el poder del regimen comunista. Es más, aquella medida ha traido más control, más represión y menos libertad por parte del Estado rufián. Al país de los 1300 millones de habitantes no le quedan más de un 1,3 librepensadores. Detenido Liu y silenciado Ai Weiwei, la luz se vuelve a apagar.

La disidencia no existe, más allá de cuatro profesores universitarios y un par de artistas bohemios. La coacción, la intimidación, el matonismo y en última instancia los tanques se han mostrado efectivos a la hora de atajar de raíz cualquier intento de rebelión cívica. Los chinos mortales han interiorizado muy bien el mantra de la democracia no es para nosotros y hay que reconocerle el mérito al Estado rufián de vender esa moto.

Occidente sigue con su estrategia del palo y la zanahoria en sus relaciones con la nueva superpotencia. Bien sé yo que si en lugar de la bomba atómica, China tuviera petróleo hace tiempo que los F-18 habrían dejado algún recadito contundente en el Renmin Dahuitang.

jueves, 31 de marzo de 2011

Underclass

Por razones que no vienen al caso explicar, esta mañana he visitado la oficina de empleo de Hötorget. Las oficinas de empleo y los tanatorios tienen mucho en común, esa es la primera conclusión que he sacado. La segunda es que sólo los feos hacen cola en la oficina de empleo. La multiculturalidad se agolpa en busca de ese numerito que haga su vida más llevadera. La vieja historia del dorado tamizada por un puñado de coronas.

Sentado en el viejo sillón de IKEA viendo los números interminablemente pasar no he podido evitar sentirme refugiado somalí, capataz chileno y pedagoga polaca por unas horas. Valiente con arrestos o simplemente suicida temerario, ya es demasiado tarde para decidir.

Los minutos se han convertido en horas y cuando por fin he logrado salir de aquel velatorio sin plañideras he pensado que yo no soy uno de ellos. Que yo soy un privilegiado carismático capaz de reirse de si mismo. Un hombre decente y que eso debe ser suficiente para cubrir mis miserias hasta la próxima vez que vuelva a pedir un número en la infame oficina del Tunnelgatan 3. Infeliz.

martes, 1 de febrero de 2011

Más allá del Círculo Polar

Por fín lo había conseguido, tras horas de huida y de miradas esquivas en el viejo vagón, cruzaba el círculo polar. No era para tanto pero aquel momento sabía a victoria, la misma victoria que se le había negado en aquel país inhóspito y cruel. Los meses de aislamiento le habían salado el alma y ahora que cruzaba aquella frontera imaginaria e insignificante, la sal se convertía en dulce licor. Apenas había intercambiado dos palabras con los pocos pasajeros que ocupaban su vagón. Una pareja de ancianos sin rostro, un joven canadiense ataviado con todas sus pertenencias en una mochila North Face cuyo entusiasmo no solamente resultaba sospechoso sino molesto y una joven asiática sin edad y sin sonrisa.

Cualquiera pensaría que habían sido ellos los elegidos para un viaje sin retorno. El tren se detuvo unos metros al norte del paralelo 66. Formaba parte de la tradición inmortalizar el momento junto al camino de acero. La pareja de ancianos no lo hizo como si aquel ritual hubiera formado parte de sus vidas en tantas ocasiones que solamente desearan continuar su marcha a ninguna parte. El joven canadiense que se llamaba Paul, fue el primero en descender los 3 escalones que le separaban del otro lado y él que se había esforzado todo el trayecto en mostrar su indiferencia no pudo evitar contagiarse del entusiasmo de Paul al comprobar que ya nunca volvería a cruzar aquella línea tan invisible como maldita.

De repente, aquel pedazo de tierra se llenó de vida y de palabras en un idioma que desconocía. El flash de las cámaras y los cigarrillos que se vislumbraban en la oscuridad le resultaban familiares, sin embargo. Él no tenía cámara, todos sus recuerdos los almacenaba en la memoria para poco a poco desprenderse de ellos como hojas en otoño. Los cinco minutos de la parada los lleno recorriendo aquel pedazo de tierra seca oyendo sus propios pasos rompiéndose en la nieve. El frío cortaba. Se giró, alzó la mirada y por primera vez sus ojos se encontraron con la joven asiática que lo contemplaba a través del doble cristal. Aquella belleza fría no iba a desentonar nada en el paisaje que les esperaba, pensó para si mientras se apresuraba a subir los 3 escalones que le separaban del calor del vagón.