Volví a Suecia en enero. Cuando el blanco de seda reina con puño de acero y la tierra se vuelve inhóspita y casi infinita. Los bosques de Årsta eran entonces fauces lobunas y adentrarse en ellos, una temeridad. Un escalofrío oscuro y frío como una navaja.
Recorrer sus entrañas, sin mirar atrás y abandonado por tu propia sombra. Un acto de rebeldía. Probablemente, el último.
Las semanas pasan y aquellas sendas de cristal sólo existen en el recuerdo de los débiles. Los bosques de Årsta son dos grandes pechos lactantes que te envuelven y te acogen con su calidez materna. Suaves y delicados como el rocío del alba.
Una explosión de vida tan alegre como efímera. La luz mengua, los pájaros esperan y cada paso siempre más corto que el anterior. Cruel recordatorio de que lo peor está por llegar.
1 comentario:
Hola,paso a darte un besito,veo que todavía no ha salido mi comentario.¿estás de vacaciones..? Yo, sí.
besitos
luna
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